En unos meses se publica La niña de la estrella…
Novelita de amor y fantasía que escribí en 2001.
Podéis visitar la web que estoy haciendo sobre la novela aquí.
Novelita de amor y fantasía que escribí en 2001.
Podéis visitar la web que estoy haciendo sobre la novela aquí.
Han publicado recientemente en La Charca Literaria uno de mis textos, el siguiente:
El Señor de las Tres Edades
Yo soy el Cronista
El que mama en los pechos de la humanidad
el que todo lo cuenta
y contándolo lo hace digno
de figurar como realidad
el que si no lo cuenta
destierra del mundo lo no contado
El que narra, relata, historia, y si es preciso inventa
lo que pasó, lo que pasa y lo que pasará
Y a veces lo que pasará sucede antes de lo que ahora pasa,
e incluso antes de lo que ya pasó.
Porque algunas historias fueron escritas en el albor de los tiempos,
en el semen de la voluntad,
en la primera línea de mi conciencia.
Y más os vale fabricar a tientas vuestra verdadera historia,
o sea, la que yo he de contar.
Pues muchos hombres se perdieron
por hacer de su vida
una historia equivocada
Y corréis el riesgo
de perecer extraviados
en la Tierra de los Recuerdos
Los recuerdos pasados y futuros
La siempre goteante leche de los recuerdos
Ésta que yo mamo en los pechos de la humanidad
Yo soy el Cronista
El que mama en los pechos de la humanidad
— Pií… Pií… — sonaban monótonos y rutinarios los pitidos del aparato, en estricta consonancia con los quebrados verticales que, al unísono con aquéllos, se dibujaban sobre la línea continua horizontal del monitor.
El aparato estaba conectado mediante electrodos a un anciano que yacía en una cama de hospital: un hombrecillo enjuto y desgarbado, al que por abreviar llamaremos Pi, en cuyas pupilas asomaba a ratos — pese a la enfermedad que lo consumía — un brillo pícaro, como de un niño que está cometiendo una travesura.
Junto a la cama, una anciana — a quien Pi llamaba, en este caso sin asomo de picardía ni desprecio, antes bien con orgullo y extremo cariño, “mi viejita ” — cubría con las suyas, y con cuidado para no despegar el electrodo, una de las manos de Pi.
En aquellos instantes, su viejita peroraba sobre un tal Bernardo Parrales. Este Parrales era un afamado columnista de renombre nacional.
Esta historia sucedió hace algún tiempo, en el único salón público de algún pequeño pueblo de América del Sur.
El que me la contó me aseguró que era cierta. Pero, la verdad, yo no podría jurarlo.
Se trataba de un salón amplio y muy elegante, pues las gentes del pueblo eran prósperas y acaudaladas.
Cierto día, al anochecer, celebrando no sé qué fiesta, estábanse las gentes del pueblo reunidas allí, sentadas en las diferentes mesas, algunas de pie en la barra, en general todas escuchando embebidas a un músico que, de pie sobre el pequeño escenario, tocaba el saxofón. Eran gentes pacíficas, por lo que apenas se divisaban un par de revólveres en todo el salón.
Cordial, cordialísimo, cordero, corderito. Corderito de Dios. Mojado en pan sabe muy bueno y te llena de amor.
Ay, viejo cristiano castellano. Cordial, cordero, corazón: Corazón de mi vida, Cristo bendito que tanto te quiero.
Cruz, crucecita, crucifixión. Cada uno a cuestas con su cruz y para ti la más grande, y yo con la pequeña. Querámonos los unos a los otros, porque si no no llegamos a ninguna parte, y así tampoco llegamos pero al menos llegamos bien.
Ay mi entrañable langosta…
No se trataba del crustáceo, sino del insecto.
Hará una decena de años, me encontraba solo en mi estudio trabajando a contrarreloj en sesión maratoniana. Era verano y tenía la ventana abierta. Lucía el sol.
De pronto, un bicho negro entró volando por la ventana. Al ser bastante voluminoso, y yo más bien aprensivo, me sobresalté. El bicho revoloteaba a intervalos por la estancia, y a intervalos desaparecía.
FOTOGRAFÍA DE IGNACIO IGLESIAS
Su única ocupación consistía en mirar, a través de la angosta abertura de su agujero, las nubes pasar…
Le fascinaba su contemplación: eran tan diferentes unas de otras, tan sorprendentes… y siempre tan divertidas…
A finales del siglo XIX, en un pequeño país de Occidente la corrupción campaba por doquier: las desigualdades y las injusticias eran clamorosas, los gobernantes políticos abusaban escandalosamente – sin el menor disimulo– de su poder, la pobreza y la miseria se extendían día a día sobre la mayor parte de la población.
Un ideólogo político, Alberto Parra, diseñó un ideario y un programa políticos alternativos a los existentes, y comenzó a conspirar junto a otros para oponerse al poder vigente. Madurado el objetivo de una revolución, comenzaron a distribuir consignas de rebeldía entre la sufrida población, que prendieron como regueros de pólvora.
En determinado momento, el insigne militar Emiliano Piedradura, hasta ese momento General de las fuerzas armadas gubernamentales, solicitó y obtuvo entrevista con Alberto Parra.
Tras varias horas de reunión a solas, Emiliano anunció que se unía a los revolucionarios: los argumentos de Alberto, unidos a sus propias cavilaciones, le habían convencido. Buena parte de las tropas a cargo de Emiliano siguieron a su General.
Estalló la Revolución, seguida de una cruenta guerra civil.